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Al llegar a los Juzgados la conversación quedó inconclusa. Lector de mis escritos, comentó percibir en ellos dureza y un punto de resentimiento con los profesionales del mundo del Derecho. El compañero merece una explicación; al seguir los escritos, la obtiene. Dureza, reconocimiento, ¿resentimiento?

Cojeo; si, de este pie. De educación católica y boy scout, en la escuela fui soñando caminos; más adelante aprendí el significado del camino sobre la mar, y cuando comencé mi viaje a Ítaca, alguien me habló de la importancia de los últimos segundos de mi vida. Machado, Kavafis y Kipling, tres poetas distintos cuyos textos conforman mi credo laico. En la declaración de la renta, marco la casilla de la Iglesia.

Los prejuicios; como los hábitos, facilitan nuestra vida, si bien, al contrario de estos, su facilidad es un problema. Pocas veces conocemos la realidad de nuestros semejantes, si, pocas; por eso nos estremece el suicidio del familiar, del amigo, del conocido, de quienes creíamos conocer. Nacemos en una familia concreta, imbuidos en concretas circunstancias; “Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo. Benefac loco illi quo natus es, leemos en la Biblia. Y en la escuela platónica se nos da como empresa de toda cultura, esta:”salvar las apariencias”, los fenómenos. Es decir, buscar el sentido de lo que nos rodea.”, dice Ortega y Gasset en las “Meditaciones del Quijote”. Yo, mi circunstancia, lo que me rodea. Tu, tu circunstancia, lo que te rodea. El, su circunstancia, lo que le rodea. ¡Que sabe nadie de los demás!

Y, sin embargo, los admitimos sin más. Los propios y los ajenos; estos, como medio de coincidencia con nuestro entorno, como instrumento de pertenencia al grupo; como si la pertenencia a ellos fuera inamovible. “A propósito de Henry”, película protagonizada por Harrison Ford, abogado/tiburón de “éxito”, un mal encuentro, un atraco, un disparo y su vida personal, profesional y social al garete. Y pocas veces en la vida, no como en la película, las personas podemos recuperar nuestras posiciones anteriores con la familia, la profesión o las “amistades”, euros de madera.

La ambición, suele limitarse al logro de medios materiales, a los que nos permiten tener un “buen finde”; con los amigos, cena y copas el viernes noche; conocer los restaurantes en esta o aquella ciudad,…, y en algún  caso, ser solidario a través de ONG´s cuyo objetivo está lejos, cuanto más mejor. Pocas veces he oído un análisis crítico de esa película que arrasa, embobados, repetimos los latiguillos de la crítica profesional, pues hemos de demostrar nuestro nivel. Pocas veces he oído una queja tras horas de cola para ver tal o cual exposición en tal o cual museo, cuando fugaz ante cada obra, el tiempo ha sido escaso. Pocas veces he oído la molestia por el precio de una entrada da este o aquel estadio o centro deportivo; pero sí, he oído cada septiembre la queja por el precio de los libros.

Y, sin embargo, admitimos esa ambición sin más. Acríticos, obtener la plaza por oposición, lograr ciertos clientes, un buen trabajo, un nivel cultural y social; salvo en temas políticos, materia en la que se repiten, conforme los intereses de cada cual, los sainetes matinales de De Los Santos, Barceló, Herrera o Alsina; o demás locutores de esta u otra cadena de radio. Ellos loros; loros nosotros; gato por liebre, publicidad y consumo por algo parecido a las noticias. ¿Cuántas veces se reconoce lo bien hecho por el “enemigo” que no adversario político? Cuando la interesada posición política se confunde con un estatus moral superior al del “enemigo” que no adversario; cuando la interesada posición política se corresponde con la posibilidad de “ya ha llegado nuestro momento”, o lo que es lo mismo, de forma directa o indirecta obtener bienes materiales, en los otros, corrupción. El Secretario de Ayuntamiento de una de las principales ciudades de la provincia de Salamanca, capcioso él, pregunta “y si le digo que por un informe jurídico de folio y medio este Ayuntamiento ha pagado por encima de las doscientas cincuenta mil pesetas, ¿Qué me dice?; El nombre del abogado, y se lo dije, y quedó ojiplático. No sólo en ese Ayuntamiento, sus abogados, va por sagas familiares: en tal municipio, la derecha, fulano; la izquierda, mengano. Y vuelta a empezar. Capacidad y mérito. De esto mi colega sabe mucho, estuvo en política.

Estilo; si el estilo en toda su extensión. El modelo seguido es el paradigma encarnado en un personaje cinematográfico, el célebre “James Bond”, el “Agente 007”, al servicio de Su Majestad “La Reina”, con “licencia para mentir” sin que se le mueva un pelo. El silogismo básico del Derecho consiste en la argumentación consistente en la subsunción de un hecho, o grupo de hechos, en el supuesto de hecho de una o varias normas jurídicas, y en consecuencia determinar la correspondiente consecuencia jurídica. Esto se realiza atendiendo al sistema de fuentes del ordenamiento jurídico, y como entre estas encontramos la jurisprudencia, es preciso para tratar el asunto, conocer la doctrina al respecto; y como entre las fuentes también figuran los Tratados Internacionales, cuando es el caso, hay que conocer esos tratados y la jurisprudencia de los Tribunales Internacionales sobre la cuestión. Pues ese trabajo, con estilo, se sustituye por fraseología; por el célebre “los juzgados son como la lotería”; por “el no ya lo tienes, hay que intentarlo”. Todo muy estiloso, muy aparente.

Y, sin embargo, hemos de admitir esos estilos, pues, el “sacrosanto derecho de defensa” conlleva libertad de expresión, aunque esta expresión recoja un discurso absurdo; yo entiendo el absurdo del cliente, quien, desde su posición de interés, el conseguir lo máximo posible en el pleito, sea justo o injusto, no ve, no quiere ver más allá; y salvo la reducción a la mera cuestión del cobro de una minuta, no entiendo el absurdo del abogado. Y lo dice quien, contra viento y marea, en su vida profesional ha planteado y logrado cuestiones incomprendidas y desconocidas por colegas. Con que estilo he visto reaccionar ante una acción de jactancia (Ley 46, título 11 de la Partida III, Alfonso X “El Sabio”); o ante la alegación de derechos humanos – Señoría, si es que no le entiendo, es que habla de derechos humanos.

Una nota sobre el apartado 1 del artículo 3 del Código Civil, “Las normas se interpretarán según el sentido propio de sus palabras, en relación con el contexto, los antecedentes históricos y legislativos, y la realidad social del tiempo en que han de ser aplicadas, atendiendo fundamentalmente al espíritu y finalidad de aquellas.”

El espíritu y finalidad de las normas, se recoge en los preámbulos de las leyes; el contexto y la realidad social, cambiantes, nos vienen dados. La evolución del Derecho, se produce cuando los abogados, con las normas existentes, con la jurisprudencia existente, aportan argumentos nuevos y, estos argumentos son admitidos por los jueces. Cuando en nuestros escritos no aportamos argumentos nuevos, suele haberlos, cuando en vez de mirar hacia adelante, nos limitamos a alegar jurisprudencia, tantas veces superada, olvidamos que se hace camino al andar. Conozco abogados, pocos, estos andan; conozco colegiados, estos muchos, allá están, sentados a la vera del camino viéndolas pasar.

No, no estoy resentido con las personas que realmente ejercen las profesiones jurídicas, ni siquiera con quienes, ajenos a la naturaleza de sus profesiones, en ellas tienen una mera fuente de ingresos. Cada cual, en el ámbito de sus posibilidades elige su camino, y en este, la compañía. No me gusta la mentira; tampoco la traición. Ni el que me tomen por tonto, o precisando, por más tonto de lo que soy (Forrest Gump: “tonto es el que hace tonterías”).

No, no estoy resentido; tengo experiencia, no una experiencia repetida a lo largo de años y años, casi estéril. Y en esto radica mi escepticismo. Dureza, reconocimiento, escepticismo. Colega, te he dicho.




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